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Friday, November 7

Leyendas (V): Herman "Helicopter" Knowings

A quién no le suena la leyenda que dice que a Herman 'Helicopter' Knowings le cronometraron tres segundos... en pleno salto! Para muchos es sólo un clásico de la mito del underground. Pero lo cierto es que esta presente en los diarios de la época.


El cuarto del trio del asfalto
Herman Knowings aparece en todas y cada una de las reseñas sobre leyendas históricas del Playground. Pero más allá de aparecer al lado de los Manigault, Hammond y Kirkland (ver ediciones antiguas de leyendas), apenas se cuenta algo más de él. Se le suele nombrar con una escena que viene a decir: 'Una vez le señalaron tres segundos mientras estaba en el aire'. Y todo dicho. En realidad, hay una explicación para todo esto. Knowings no estuvo nunca afectado por ningún tipo de secretismo como ocuriera con tantos otros, sino por el hecho de ser un "tapado". Compartir batallas con los tres reyes que ha dado el asfalto neoyorquino y carecer de una técnica le rebajaría para siempre su figura.

En aquel entonces era difícil brillar por el juego sucio y defensivo como Richie 'The Animal' Adams años después, y es ahí y sólo ahí donde verdaderamente encaja Herman Knowings. Un armario humano de 1.93. Una especie natural de Ben Wallace: musculoso como nadie, su poca cabeza le hacía saltar constantemente a todos los balones, a todos los tiros, a todos los rebotes, a toda acción en juego. Él, simplemente, no sabía jugar en el suelo. De ahí que su sobrenombre, uno de los más recordados y a juicio de un sondeo de ESPN, uno de los veinte mejores que haya dado el baloncesto americano, fuera 'The Helicopter'.

Mucha de la gloria apuntada al legendario trío fue posible gracias a la presencia y trabajo atrás de Herman Knowings, un buen tipo nacido en y para la calle el 11 de junio del 42 a quien compañeros y amigos llegaron a adorar como un talismán. En la jungla nunca estuvo de más hacerse amigo del más fuerte y así Knowings, como Scoop Jackson recuerda, “became the most famous player in Harlem not named Manigault. Tan fiel compañero era que igualmente compartió con aquellos tres cada una de sus miserias: él no traficaba pero sí consumía, y cabe señalar que en un físico portentoso cabía el doble.

3 segundos muy largos

Volviendo a los 3 segundos, la más celebrada en su biografía deportiva, ¿Como es posible cuando las más asombrosas suspensiones oficialmente registradas, las de Dominique Wilkins, alcanzaron como mucho 1.7 segundos? Parece imposible lograrlo sin algún tipo de "truco". Y para decepción de muchos, la excesiva prisa del árbitro por señalar algo seguramente falso pudo serlo. Toda leyenda se agranda al pasar de boca en boca pero, en ningún caso se miente y, los “Tres Segundos de Knowings”, efectivamente, se produjeron. En el diario Rocky Mountain News, Clay Latimer recogía así lo ocurrido: "He went for a ball fake in the lane, and as the opponent waited for him to return to the asphalt, Herman treaded air, witnessed swear, until the referee whistled the opponent for a 3-second violation". Y casi en los mismos términos coincidía otro cronista, Eddie Oliver, en HoopsUsa. El árbitro entendió que cuando Knowings capturó la bola en línea de fondo llevaba demasiado tiempo allí, lo que unido después a una suspensión seguramente brutal terminó de provocar la anécdota, en todo caso, legendaria.

El Manigault de los tapones
Sea lo que fuese, no hay que olvidar que lo más asombroso en 'The Helicopter' no era su salto ni el gran número de ocasiones donde no parecía importarle cómo, cuándo o sobre quién caer sino que, cada vez que Knowings saltaba lo hacía a lo bestia.

Eddie Oliver añadía otro episodio de Rucker con Knowings como protagonista, enfrentado esta vez a un equipo de profesionales liderados por Willis Reed. Scoop Jackson incluía la misma historia en su reseña del especial de SLAM en boca de otro testigo que lo sufrio en sus carnes, Bob McCullough, compañero de Reed y rival de Knowings aquella tarde. "I'm not going to mention names, but there was one play where the Rucker Pros brought the ball down, and Copter blocked a shot. Whap! The guy passed the ball to a team-mate, who tried to shoot. Whap! Blocked again. The next guy passed the ball to a third Pro. Whap! Get the picture". Knowings consiguió tres taponazos seguidos sobre tres profesionales distintos en una misma jugada. En la NBA sólo Manute Bol alcanzó una proeza similar al taponar cinco veces un mismo ataque de Orlando.

Si hay que resaltar dos acciones que hacían rugir Nueva York son el mate y el tapón. Era tal el número de tapones y su relevancia en el juego de los "asphalt gods" que la propia NBA decidió incorporarlos a su estadística en 1973. Y si Manigault, por aquel entonces, pudo ser el más grande matador, Knowings deslumbraría como el más salvaje taponador.
Una tarde, H.K. formaba pareja con Dave Bing para enfrentarse en un dos para dos contra Lenny Wilkens y Wilt Chamberlain. El duelo se disputaba a 15 canastas y se llegó al término con empate a 14. Con la bola en su poder, Lenny y Wilt salieron al perímetro para rifarse un simple "pick&roll'. Wilt quedó libre y recibió el balón adentro para el mate. Pero tan fácil lo debió de ver que, sin fintar, llevó el balón arriba en el preciso instante en que Knowings, en pleno vuelo, se comía literalmente el aro con sus dos manos. Y como ahí era donde la fuerza bruta del Helicóptero alcanzaba su punto álgido, consiguió arrebatar salvajemente el balón a Chamberlain con las dos manos. Bing anotaría en la siguiente jugada (por aquel entonces el unísono grito de 'bing' era sinónimo de canasta como años después lo sería el de 'magic' en los barrios de Michigan).

La mayoría de las fuentes apuntan a que Knowings llegó a mantener con la droga ese tipo de adicción donde la vida cotidiana no parece quedar afectada, como quien come cuatro o cinco veces al día. Es difícil pensar otra cosa cuando se convierte en el más íntimo amigo de uno. Entrados los setenta, Hammond y Kirkland controlaban el monopolio de todo aquel sector urbano y Manigault se deshacía en su profunda adicción. Nada confirma que Knowings fuera camello pero superada la treintena consiguió honradamente lo que otros ni hubiesen soñado: reunió el dinero suficiente para crear su propia empresa de alquiler de vehículos. Nunca dejó de jugar porque la droga parecía no hacer mella en su cuerpo (alterno varios años con los Globetrotters) pero si en su cabeza. Todo parecía ir sobre ruedas cuando aquel fatídico sábado noche (el 12 de abril de 1980), su coche se empotro contra otro que, según fuentes policiales, dio primero. Herman Knowings, el superhombre, falleció en el acto, y como no podía ser de otro modo, en un accidente, el 'Helicóptero' aterrizó a la temprana edad de 37 años.

Un periodista preguntó una vez a Knowings cuál era la razón por la que siempre estaba saltando, y él, con la misma ingenuidad de siempre, respondió: "Well, it's fun to fly".

Fuente: ACB.com

Wednesday, October 1

Leyendas (IV): Joe “Destroyer” Hammond

Nació en el barrio de Harlem en la ciudad de Nueva York en el año 1950. Joe pasó la vida en las calles entre drogas, delincuencia y como no, las pistas de pavimento, ese asfalto que lo elevó a la categoría de dios y que le permitió codearse con los más grandes.

Eran los 70 luego, no nos quedan documentos de audio o video que puedan confirmar las leyendas y solo nos queda el relato de los que allí vivieron lo que sucedió. Como toda buena tradición oral, aumenta la leyenda en cada generación que pasa y ya no se sabe qué es parte de realidad y qué pertenece al mito. Las voces dicen que Joe Hammond era mejor que el mismísimo Dr. J y se escuchan historias como: Hammond clavó 50 frente a Doc. Podría haber pateado algunos culos en la NBA si hubiese querido”.


Mi gran amigo Joe

Nate Archibald, miembro del Hall of Fame que jugó con leyendas como Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish en los Boston Celtics, cree verdaderamente todas esas exageraciones por una simple razón: él estuvo allí. "Estaba trabajando en un partido de la Rucker para la ESPN cuando Joe Hammond anotó 82 puntos contra un equipo de jugadores profesionales. Y no lo hubiese creído si no lo hubiese visto con mis propios ojos. Era de carne y hueso… era real" dijo Archibald. "Habiendo crecido en la ciudad, yo sabía que todas las habladurías sobre los playgrounds no eran exageraciones, porque yo jugué con y contra algunos de aquellos grandes jugadores”.

En Harlem, y en muchos otros barrios de Nueva York, la mención del nombre de Joe Hammond aún trae sonrisas a la cara de muchos. A pesar de no haber jugado ni un sólo minuto en equipos de Instituto o Universidad, muchos consideran a Hammond el mejor jugador callejero de todos los tiempos. A la edad de 19 años, ya había alcanzado el estatus de profesional y fue seguido por los ojeadores de la NBA como una futura estrella de la liga.

Hammond, hijo de un trabajador del transporte público de Nueva York, abandonó el Taft High School en el Bronx en noveno grado. "Siempre odió la escuela", recuerda Don Adams, el único entrenador que tuvo jamás Hammond a nivel amateur. "Recuerdo que faltaba a clase durante largos periodos de tiempo. Libra por libra, Joe Hammond era el mejor jugador de baloncesto que salió nunca de Harlem. Hay una gran diferencia entre Joe y otros jugadores de Instituto legendarios como Earl The Goat Manigault y “Helicopter” Knowings. El resto tuvo alguna oportunidad de salir de esto pero no lo lograron. Pero Joe, ciertamente pudo salir y no quiso" dijo Don Adams.

Pero Hammond no usó el equipo de la escuela para exhibir su talento. Él era un rey que gobernaba otros dominios: las ligas de verano de Harlem. Su principal parada era el Torneo Rucker, compuesto por jugadores universitarios que volvían a casa de sus universidades y jugadores profesionales que necesitaban algo de competición para mantenerse en forma durante la post-temporada. En los años 70, de acuerdo con aquellos que lo vieron, hacía saltar al público con sus mates, su preciso lanzamiento y sus asombrosas anotaciones.

Sus lanzamientos en suspensión, ejecutados con gran parábola, entraban limpiamente y siempre encontraba el camino para penetrar a canasta desde donde no la había. Ningún jugador de Nueva York usó jamás esos tableros de metal mejor que The Destroyer.

"Estás hablando de un tío que aparecía en estos partidos y cada vez que quería anotaba 40 o 50 puntos contra grandes jugadores profesionales", dijo Adams. "En su época, estaba a la par que jugadores como Dean Meminger y Tiny Archibald, y para su tamaño, era mucho mejor de lo que ellos lo fueron".

El gran día

En Harlem, aún se oye hablar del partido final de la Rucker League del año 1970 cuando el Milbank, equipo de Hammond, se enfrentó a los Westsiders. El equipo de los Westsiders, un invento de Paul Vecsey que trataba de llevar el talento de los jóvenes jugadores universitarios y de la ABA a los playgrounds, estaba formado entre otros por Julius Erving, Charlie Scott, Billy Paultz y Dean Meminger, todos ellos en el inicio de sus carreras profesionales. Por su parte el Milbank era pura sangre de Harlem, todos aquellos chicos de las calles, fenómenos del asfalto, que se reunían para dar un espectáculo de baloncesto frente a sus “brothas”. Richard “Pee Wee” Kirkland, Eric Cobb, Joe Thomas, pero por encima de todos ellos, Joe “The Destroyer” Hammond.

Corrió la voz por toda la ciudad y aquello parecía más una peregrinación religiosa que un partido de baloncesto. Mareas de personas se abalanzaban hacia Harlem. Nadie quería perderse aquel espectáculo en el que se enfrentarían el héroe local, Hammond, frente a la gran estrella del momento, un Doctor J con una reputación tan grande como su afro que llegaba a Harlem a imponer su ley y conquistarlo. El campo se llenó, los chicos se turnaban para apoyarse unos en los hombros de otros y poder ver el partido, árboles, tejados, todo servía como grada improvisada.

Pero faltaba alguien. Hammond era ante todo un showman, le encantaba ser el centro de atención, que todo girase en torno a su figura y aquel era su gran día. Milbank trataba de alargar el calentamiento a la espera de Hammond pero finalmente el árbitro dio orden de iniciar el partido a pesar de los gritos del público “We want Joe! We want Joe!”

Sin un rival a su medida delante y con Charlie Scott defendiendo a Kirkland, el mejor tras Hammond, la ventaja alcanzaba rápidamente los dos dígitos. Erving volaba con sus majestuosas bandejas y mates sobre las cabezas de aquellos muchachos y el público gritaba y pataleaba cada vez más enfervorecido pidiendo la llegada de su salvador.

Como cuenta Mike Kookoo, tenía ocho años cuando se celebró aquel partido: “La multitud empezó a golpear el suelo con los pies, a patalear como loca y parecía de verdad un terremoto en pleno corazón de Nueva York”.

De pronto algo sucedió en el otro extremo del parque que apunto estuvo de detener el partido. Una enorme limusina paraba en mitad de la calle y de ella salía nada más y nada menos que Hammond en medio del griterío de los chiquillos y los vítores de los aficionados que rodeaban a la estrella local pidiendo autógrafos. La policía contenía a la muchedumbre a duras penas e incluso uno de ellos se acercó a Hammond para pedirle que aparcase el coche como era debido y no en mitad de la calle. Joe, en su infinita arrogancia, miró con desprecio al policía y como si de un aparcacoches se tratara le arrojó las llaves y le dijo “Quítalo tú”. El policía, avergonzado y sin saber qué hacer decidió quitar el coche por sí mismo en medio de las risas generalizadas.

Como una estrella de cine para un espectáculo de sólo 24 minutos, Hammond llegaba hasta la cancha, con una sucia venda en su muslo y una destrozadas zapatillas se levantó hacia el público como un Jesucristo redentor gritando “I’m here. I’m here”.

Tras el descanso se reanudaba el partido. Vecsey decidió cambiar su esquema y colocar a Scott sobre Hammond para tratar de frenar al fenomenal escolta. Pero el destino había decidido que ese sería el día de Hammond y nada más entrar en el campo recibió el balón y anotó una suspensión que iniciaba el espectáculo. Acto seguido, Kirkland robaba un balón y pasaba a su compañero para que The Destroyer hiciera un descomunal mate que volvía loca a la grada. Los edificios y todo NY temblada.

Pero no todo estaba dicho. En la siguiente jugada Erving cogió el balón y anotó con una de sus gráciles bandejas haciendo el silencio en todo Harlem con un grito: “Take that! I'm here, man, I'm here too. Don't forget it.

Incapaz de parar a Hammond, Scott dejó el sitio al mismísimo Doc por lo que el partido se convirtió casi en un 1 vs. 1. Poco a poco la ventaja de los Westsiders se reducía y Hammond continuaba imparable, anotando como si estuviese poseído por algún espíritu divino. Como contaba Kookoo: “Hubo unos instantes en que parecía que le iba a detener pero en cuanto Joe tuvo la ocasión de hacer suyo el balón, Doc no pudo hacer nada por pararle, nada”.

Tras dos prórrogas y tener que improvisar unos focos para iluminar el campo y continuar el partido, finalmente Westsiders se llevaban el partido, finalizando Julius con 39 puntos y Hammond con nada menos que 50.

"Ellos no sabían a quién ponerme encima", dijo Hammond. "Tras el partido, Doctor J vino a verme y me estrechó la mano diciendo Joe, todo lo que había escuchado sobre ti es cierto”.

Este gran rendimiento en las pistas hizo que los Lakers seleccionaran a este base de 1,90 en el hardship draft de la NBA (draft para jugadores con problemas en los estudios) de 1971 e hicieran una oferta de 50 000 dólares, una fortuna para la época, para unirse al equipo angelino con un contrato de novato. Hammond rechazó la oferta de Jack Cooke, propietario de los Lakers en aquella época, porque tenía su propia fuente de ingresos, un lucrativo negocio de tráfico de drogas en las calles de Harlem.

"Estaba haciendo quedar en ridículo a esos tíos, y algunos de ellos estaban ganando realmente un pastón, 200000 o 250000 dólares por año. Le dije a los Lakers que yo merecía lo que ganaban esos tipos simplemente porque yo era mejor que la mayoría de ellos, pero rechazaron pagarme. Entonces les pedí un contrato garantizado, y lo rechazaron de nuevo. Ellos no entendían cómo este pobre chico de los suburbios podía estar regateando con ellos. Y por supuesto, yo no podía decirles el porqué".

A la edad de 21 años tenía unos 200000 dólares en su apartamento. "Eso era para mí el verdadero dinero" dijo Hammond, "Vender droga era dinero garantizado. Los Lakers nunca me ofrecerían un contrato garantizado. Fue una estupidez no firmar ese contrato, pero yo amaba estas calles demasiado y me imaginé que podía jugar al baloncesto en mi tiempo libre" dijo Hammond. "La calle era donde yo pasaba la mayor parte de mi tiempo y de ahí sacaba todo mi dinero".

"Ellos creían que le estaban ofreciendo el mundo a este pobre chico del ghetto, pero no necesitaba el dinero" dijo Hammond. "Llevaba traficando con drogas y jugando a los dados en las calles desde los diez años, cuando tenía 15 años le di a mi padre 50000 dólares para que me los guardase en su cuenta del banco”.

"En la época en la que los Lakers me hicieron aquella oferta, yo ganaba miles de dólares al año vendiendo marihuana y heroína. ¿Qué iba a hacer yo con 50000?".

¿Estuvo alguna vez intrigado por la idea de jugar junto a estrellas como Wilt Chamberlain, Jerry West, y Elgin Baylor? "En aquella época yo tenía mi propio club nocturno, dos preciosos coches, tres apartamentos y una casa" dijo recordando su arrogancia. "Pensaba que yo era la estrella".

Aunque Hammond puede recordar con gran detalle su breve noviazgo con los Lakers, tanto Cooke como Fred Schaus, que era el General Manager de los Lakers en esa época, apenas recuerdan vagamente su nombre.

"Sí, definitivamente recuerdo su nombre, pero hace muchos años de eso" dijo Schaus. "Ojeábamos a tantos chicos en aquella época que es difícil incluso ponerle cara".

La caída

Tras el problema contractual, Hammond comenzó a perder interés en seguir con su carrera como profesional. Volvió a las calles y al dinero fácil, y sufrió por tal decisión desde entonces. Se enganchó a las drogas y fue enviado dos veces a la cárcel por cargos relacionados con posesión de drogas, perdiendo todo su dinero y posesiones.

"Ahora miro atrás y me doy cuenta que sólo fui otro cabeza hueca".

Todas sus pertenencias, incluso sus cientos de trofeos, fueron vendidas mientras estuvo en prisión. Durante seis meses tras salir de prisión pateó las calles de su antiguo vecindario, esperando conseguir algo de dinero con el que comprar algo de comida para mantenerse a diario.

"Siento muchísimo escuchar eso, es absolutamente terrible" dijo Lou Carnesecca, entrenador que intentó contratar a Hammond en la temporada 1970-71 cuando entrenada a los New York Nets en la ya difunta ABA. "Joe tenía unas tremendas habilidades que aprendió en las calles y un gran, gran futuro. Fue el precursor de Magic Johnson y tipos como él”.

"Le ofrecí un contrato garantizado por tres años pero no firmó" dijo Carnesecca. "La ABA era una liga a la deriva en aquella época, por lo que supongo que él sentía que merecía algo mejor y que esa situación no era la adecuada para él".

Hammond jugó su único año como profesional con los Allentown Jets de la Eastern Basketball Association en 1970 y se ganó un puesto en el all-star de la liga. "Con su 1,90 y 83 kilos es uno de los jugadores más excitantes del partido" se lee en la última frase de la biografía de Hammond en la guía de los Jets de 1971.

"Los Jets sólo me pagaban 375 dólares por partido" dijo Hammond. "Pero sólo jugaban dos partidos a la semana, por lo que me interesaba”

Meminger, quien creció en Nueva York y jugó contra Hammond cuando aún estaba en el Instituto dijo que "tenía tanto talento a los 18, 19 o 20 años como nadie en la ciudad, o incluso en el país en aquella época". Pero Meminger añade con rapidez: "Joe no pasó por el sistema, y eso realmente dañó su imagen. Es muy difícil calibrar lo bueno que es alguien basándose en su rendimiento en los playgrounds".

Rescatado del baúl de los recuerdos

Hace años, Vincent Mallozzi, periodista, escritor y toda una eminencia en la historia de los playgrounds de Nueva York, fue a visitar a Beverly Seabrook que según se rumoreaba fue novia de Hammond en su juventud. Mallozzi trataba de comprobar esta información para su libro “Asphalt Gods” por lo que pidió a Beverly alguna prueba fotográfica o documental de aquellos días. Lo que encontró superó todas sus expectativas.

“Mira” cuenta animada al rescatar del baúl un viejo álbum de fotos oculto durante años, aquí esta él con Harthorne Wingo (compañero de Hammond en los Jets de Allentown de la desaparecida EBA, miembro de la plantilla neoyorquina campeona del 73 y posterior toxicómano profundo).

Y este otro es Herman “Helicopter” Knowings, y fíjate, este es nada menos que Earl “The Goat” Manigault . Dios, Joe le idolatraba como a ningún otro. Jugaban juntos horas y horas en el parque Mount Morris de la 124. Por aquel entonces le llamaban Joe 'Dirty Hand' porque cuando ya no había luz y era imposible seguir, las palmas de sus manos eran del mismo color que su piel, negra como el alquitrán.

El álbum continuaba revelando imágenes maravillosas por las que pujaría carísimo cualquier coleccionista. A cada página una nueva joya y más y más talentos prematuramente apagados por la droga, el delito o el 'no se supo más de él'. El loco 'Fly' Williams y el salvaje 'Terminator' Matthias aparecían después junto a Hammond en un torneo de LaGuardia en la 116 cuyo parque Memorial House preside una placa dorada donde aparecen nombres como Kevin Williams, Walter Berry, el difunto Malik Sealy y Chris Mullin.

Seducido por una irresistible curiosidad, Vincent debora con los ojos aquel misterioso tesoro hasta agotar cada punto de su imaginación, momento que aprovecha ella para seguir: “Recuerdo que 'The Goat' le advertía que no siguiera su camino, que era demasiado bueno para acabar como él, que fichara por algún equipo de verdad, que ganaría así mucho dinero. Pero a Joe le gustaba hacer las cosas a su manera. Y yo acabé haciendo lo que él quería. Era la reina de sus chicas y él era el rey de la calle. No había ningún jugador como él, ninguno, y todos le trataban como a un verdadero rey”.


Ahora han pasado casi 40 años desde aquellos días en los que Joe Hammond jugaba al baloncesto en su tiempo libre, dando la espalda a los Lakers y los Nets, haciendo una fortuna vendiendo droga, que finalmente lo arruinaría, y anotando 50 puntos en un tiempo frente al mismísimo Julius Erving.


"Dime", dijo Hammond, moviendo su cabeza con disgusto. "¿De esta pasta es de la que están hechas las leyendas?"

Saturday, September 27

Leyendas (III): Richie "The Animal" Adams

Reclutado por la Benjamin Franklin High School y criado en pleno corazón del Bronx, pronto le apodarían 'The Animal' por su forma salvaje de entender el juego, sobrenombre que por aquel entonces, mediados los años ochenta, se proclamaría igualmente Ken Bannister en la NBA, famoso por ser capaz de tragarse 21 hamburguesas y 14 coca-colas de tacada. Pero los motivos del apelativo en Adams eran distintos: a Richie, de 2.06 de estatura y acostumbrado a jugar de pívot, le gustaba ante todo defender y pegarse por cualquier balón que no fuera suyo o de sus compañeros, y esto lo hacía a las mil maravillas. En los patios del Bronx se había hecho famoso por lo que mejor y más adoraba hacer: sacar el balón fuera de las vallas a base de tapones, ni de arrastre ni de presión: de auténtico manotazo y a ser posible con el puño cerrado. Fuerte y muy aguerrido, hacía habitualmente gala de un extra de motivación en su juego: una fuerte estimulación artificial, la cocaína.

Puede que Adams no fuera más que voluntad; sin una musculatura excesiva pero tremendamente fibrosa, era muy superior al resto por fuerza y estatura en el trabajo sucio realizado en plena calle: la defensa total en el pozo del aro, donde aguardaba a los rivales más altos, a los que gustaba taponar una y otra vez, y de no lograrlo, obligarles al fallo para capturar su rebote, donde igualmente sobresalía. Todos apuntaban a la feroz resolución de 'The Animal' como el motivo por el que era tan respetado en las calles. Nunca por los estudios, apartados de una vida prácticamente concentrada en el juego sobre el pavimento y más allá, en los oscuros rincones donde poder hacerse con una dosis cada vez mayor. Pero siempre en la calle, nunca más allá del sur del Bronx, donde aún hoy se le considera una auténtica leyenda. Es raro encontrar en la mitología urbana tipos que no despuntasen por la anotación o los mates salvajes pero, en Adams encontramos a una estrella del cemento armado, un Ben Wallace natural que exhibía una dureza fuera de lo común.

Casi nadie se explica cómo consiguió salir ileso de la escuela para terminar enrolándose en la UNLV, donde recibirá nada menos que dos galardones de Jugador del Año en 1984 y 1985. Esa última campaña es elegido con su compañero base Freddie Banks en el equipo ideal de la Big West. Allí añade a su juego un arma de la que valerse en ataque, un gancho de corto recorrido con la mano izquierda. Fibroso y Runnin' Rebel, una fiel réplica anterior de Keon Clark que permite entonces a su compañero Armon Gilliam destacar en ataque, lo que Richie siempre rehusó. Aquellos dos años los Rebels de Banks, Adams y Gilliam serán apartados sucesivamente de la Final Four por Georgetown y Kentucky pero, todo aquel excelente trabajo a las órdenes de Tarkanian, todo aquel esfuerzo por escapar incluso de sus hábitos (la Universidad redujo su instinto criminal), no se verá recompensando finalmente en una buena elección del draft. Y todo se vendría abajo.

A pesar de la trayectoria de Adams como universitario, aquella noche de 1985 sería condenado nada menos que a la undécima posición de la cuarta ronda por Washington Bullets. Jamás llegará a debutar porque no pasaron ni veinticuatro horas cuando fue detenido tratando de robar un coche aparcado en su misma barriada. Por desgracia esta será tan sólo la primera de una serie de detenciones por robo.

A partir de entonces desaparece. Liberado de cualquier disciplina se deja ver ocasionalmente por las calles del Bronx y sin haber perdido apenas la forma, juega de vez en cuando pero lo hace de forma mucho más violenta. La continua necesidad de droga le recluye en círculos cada vez más peligrosos y su personalidad se vuelve más y más esquiva. Los primeros golpes no tardarán en llegar y pasará hasta tres veces por prisión por atracos. Deja el baloncesto por el crimen y a partir de ese momento su vida, ligada ya a las rejas, se precipita a un abismo que culminará en 1996.

Septiembre de 1996. Transcurre una noche cualquiera en un complejo de viviendas situado al sur del Bronx, donde las torres colmena construidas antes de la gran crisis mantienen a la suburbia negra e hispana. Desde el descansillo de la planta número 15 de uno de los edificios llegan gritos que rebotan sordos en la escalera. El vecindario, habituado a cualquier discusión a cualquier hora, ni se inmuta y los gritos enseguida se mezclan con otros procedentes del interior de las viviendas, atestadas de bebés que rompen a llorar al ser despertados. Y al rato, como si nada, el silencio vuelve a reinar.

Pero en mitad de la noche alguien descubre un cadáver sobre aquel descansillo. Se trata de Norma Rodríguez, una joven de tan sólo quince años con aparentes signos de violencia en la cabeza y el cuello, que precisamente vivía en el 15. Cuando llega la policía encuentra una zapatilla deportiva del número 13 manchada de sangre en una de las aceras contiguas al edificio. De inmediato se abre una investigación que terminará casi antes de empezar.

A los pocos días aparece como principal sospechoso un vecino que vive en un pequeño apartamento situado precisamente en la planta de abajo, la número 14, y que responde al nombre de Richie Adams. La policía lleva a cabo un registro en su domicilio y unos minutos más tarde se ven sorprendidos por algo. Ante la inquieta mirada de su madre, con quien Richie malvive, un agente encuentra en un armario de la casa una zapatilla blanca del número 13, una sola. La primera prueba encaja y algunos la toman como definitiva. Este desdichado hallazgo marcará su vida desde entonces.

Richie venía acechando a la joven desde tiempo atrás, a lo que esta respondía una y otra vez con negativas. Hasta que aquel fatídico día, en la entreplanta de los pisos 14 y 15, se desató una fuerte discusión entre ambos que terminó con una paliza de Adams sobre Norma. El acusado, de raza negra, fue condenado por homicidio en segundo grado, homicidio involuntario al quedar probado que su intención no era matarla. Y la condena fue así rebajada de 35 a 25 años de prisión, que todavía cumple en la actualidad. Una verdadera pena, porque este chico, Richie Adams, en otra vida bien remota a la suya, lejos de las drogas y la delicuencia, iba para estrella del juego sucio.

Greg Marius, fundador del Entertainer's Basketball Classic, torneo de verano que reúne en el Rucker Park a celebridades de la calle, college y la propia NBA, dice de él: "Tenía talento de All-Star, de veras. Podía sobre todo taponar, coger rebotes e incluso driblar, algo así como el Kevin Garnett de hoy en día. Pero tenía un problema, el hábito a las drogas". Quienes le vieron jugar saben que de no haber sido por ellas, puede que todavía hoy estuviéramos disfrutando de su potencial, físicamente superdotado y a buen seguro apreciado en la NBA de nuestros días. "No podía creer que fuera adicto porque era muy difícil creer que alguien con ese nivel de juego pudiese estar enganchado a las drogas". Cuenta el periodista Ben Osborne que muchos de sus seguidores, chavales en su mayoría del mismo Bronx, no supieron nunca de su terrible adicción porque a Richie se le empezó a perder la pista en los tardíos ochenta, cuando acostumbraba a estar ya a la sombra. Y sus pocos amigos creían que marchaba al norte a seguir batiéndose con los más duros del hierro interior.

Cuentan que actualmente Richie 'The Animal' Adams nunca deja de rezar en una celda de pocos metros. Es probable que él la matara pero lo que sí es seguro es que aquel día también murió el 'animal' que llevaba dentro para este deporte. Hoy es un reo más entre rejas...

Sunday, August 31

Leyendas (II): Earl "The Goat" Manigault

La historia de Earl “The Goat” Manigault puede ser malinterpretada. No es la historia de un increíble talento para el baloncesto desperdiciado por las drogas. Es una lección acerca de la Redemption tan de moda en los últimos meses. Cuando era niño Earl parecía ser otro chico negro del gueto que tenía que sobrevivir a la violencia y la drogas de las calles de Harlem, un chico sin futuro, pero el resto del barrio descubriría años después que sería el más talentoso e importante jugador callejero que haya pisado las canchas urbanas de Nueva York, desde Harlem hasta el Bronx y Queens.

A la edad de 17 años Earl Manigault ya había ganado notoriedad y la leyenda había nacido. Lo que diferenciaba a este joven del resto era un talento único a la hora de jugar al basket.

La mítica Rucker League iba a ser el escenario en el que se iba a dar a conocer. En esta competición veraniega se juntaban los mejores jugadores de playground con algunos de los jugadores profesionales de más renombre: Lew Alcindor, Earl Monroe, Julius Erving, Kareem Abdul Jabbar, Connie Hawkings, Jackie Jackson o Helicopter Knowings. De esa época viene el apodo de La Cabra, debido a sus espectaculares saltos. Sin embargo otra teoría afirma que el nombre le viene de la imposibilidad de uno de sus profesores en pronunciar bien su apellido, lo que derivó en apodo, The Goat. Sea como fuera, con apenas 1.85 de estatura y no muy fuerte, su físico no era intimidante, pero lo compensaba con gran agilidad, movimientos acrobáticos, dribleo y un tremendo salto vertical de 52 pulgadas (1 metro con 30 centímetros!).

El doble mate

Pero no sólo de salto vive el jugador, aunque ayude… Manigault era capaz de crear cosas nuevas nunca vistas en el mundo de la canasta. El caso más conocido, y por el que su nombre es más conocido, sin duda es el doble mate. Por muchos concursos que hayamos visto en los últimos años, nunca hemos llegado a ver a nadie irse hacia el aro, meterla para abajo con la mano derecha, atrapar el balón con la izquierda antes de que caiga y volver a cambiarlo de mano para volver a machacarlo con la diestra. Suena a jugada inverosímil, pero para alguien como The Goat no lo era…


Entre otras de sus hazañas, algunos afirman haberle visto pisar la frente de un oponente en su camino ascendente hacia el aro. También saltaba hasta la parte superior del tablero para recoger los dólares que sus amigos le dejaban en forma de apuesta. Su afición por las apuestas le llevó a ganar 60 dólares después de meter 36 mates seguidos de espaldas en un partidillo. Además, en su etapa de High School logró el récord de anotación de la historia de Nueva York con 52 puntos. Los rumores dicen que lo hizo ante Julius Erwing.

Desafortunadamente, sus problemas comenzaron cuando le echaron del Harlem’s Benjamin cuando fue sorprendido por fumar mariguana. Pero él no se dio por vencido, finalizo los estudios en el Laurinburg Institute.


Después vinieron las invitaciones de los colegios y universidades. Al menos 75 instituciones se interesaron por el fenómeno de Harlem incluyendo nombres como: Duke, Indiana y North Carolina. El opto por la pequeña universidad Johnson C. Smith. Una escuela con un gran porcentaje de alumnos de raza negra. Pero sus notas no fueron muy buenas y entro en constantes peleas con su entrenador, lo que le llevo a estar solo un semestre antes de volver a Harlem.

Una vida de superación

Es aquí cuando empezó su adicción a la heroína. Se paso años mendigando y robando para satisfacer su vicio. Durante este tiempo, entro dos veces en prisión. La primera vez de 1969 a 1970 (16 meses por posesión de drogas) y otra entre 1977 a 1979 (por un intento fallido de robo). Una vez rehabilitado de su adicción, dedico los últimos años de su vida en orientar a la juventud y alejarla de las drogas, instauro e impulso el torneo “Walk away from drugs” en el mismo parque que lo vio en su mejor época y colaboro con el programa “Stay at home” de la NBA.

A las 12:45 pm del 16 de mayo de 1998, Earlla cabraManigault murió debido a un fallo cardiaco. Hasta el día de hoy la 98th street de Nueva York es conocida por los jugadores de basket callejero como “El parque de la cabra”.

The Goat, el mejor de siempre

Kareem Abdul Jabbar, el día de su retirada, fue preguntado por quién había sido para él el mejor de todos los tiempos. El pívot de los Lakers permaneció callado unos instantes y cuando rompió el silencio afirmó que “The Goat". Jabbar debe saber algo de baloncesto después de 21 años en la NBA, 6 anillos, 1.560 partidos, de ser el máximo anotador de la Liga con 38.387 puntos. Viniendo de quien se llamara Lew Alcindor no parece que fuera un juicio gratuito, no.

En el año 2000 se filmo la película llamada “Rebound: The story of Earl ‘The Goat’ Manigault", donde sacaron muchas de las jugadas de la cabra y os recomiendo que la veais. Se centra mas en la caida al mundo de las drogas pero esta muy bien. De esta pelicula son los dos videos del post:


Thursday, May 22

Leyendas: Rucker Park, El baloncesto libre

Harlem esquina con el Bronx. Básicamente ese es el emplazamiento de Rucker Park, el ‘playground’ más mítico de la historia del baloncesto. Una cancha de asfalto de donde han salido las mayores leyendas ‘undergrounds’ y donde las grandes estrellas de la NBA como Julius Erving o Kareem Abdul Jabbar jugaron al otro baloncesto. Al auténtico espectaculo. Allí, como ellos mismos han dicho es donde se sintieron realmente libres, sin las ataduras del sistema y los esquemas y la pizarra táctica del entrenador de turno.

Las décadas de los setenta y los ochenta fueron la edad de oro de Rucker Park, la meca de los ‘playgrounds. La ciudad se paralizaba para ver a jugadores que respondían al nombre de ‘La Cabra’, el Helicóptero, ‘Destroyer’ o ‘Pee Wee’, entre otros. Ellos eran los dioses del asfalto, las estrellas no reconocidas por la NBA. Otros ‘pasaron’ de la NBA y rechazaron ofertas millonarias. Unos porque simplemente ganaban más dinero traficando con droga, otros porque llevaban el barrio tan dentro que no podían salir de allí. No se podían adaptar al sistema y no querian la fama mundial sino la de ser el rey del asfalto de Rucker Park.

Hoy, cerca de sesenta y cinco años después de la fundación del torneo de Rucker Park, el ‘playground’ sigue allí. En pleno ‘downtown’ de Harlem, en la 157 con la octava avenida, aunque allí, tan al norte de Manhattan ya pasa a ser Frederick Douglas Boulevard. Casi desde el parque Holcombe Rucker, donde está la cancha callejera más famosa del mundo, se puede ver el Bronx. De hecho, se adivina el Yankee Stadium, la ‘casa’ de los llamados ‘bomberos’ del Bronx, los New York Yankees, el equipo más famoso de la tierra. La zona, por descontado, no aparece en las guías turísticas. Es más, la propia Policía recomienda evitar la zona por insegura pese a que apenas unos cincuenta metros más al sur hay una comisaría con veinte coches de Policía operativos. Harlem, lo que en otros tiempos, al principio de todo, era la zona residencial y donde vivían los ricos antes de mudarse al downtown de Manhattan, ahora se ha convertido en un lugar a evitar. No todo Harlem, porque se está trabajando bien para ‘lavar’ la imagen y de echo es donde mejor gospel y Jazz se puede escuchar en todo Nueva York. Pero el norte de Harlem sí es uno de los sitios malditos, al igual que determinado lugares de Brooklyn, el Bronx o Queens. Y allí, casi orilla con el río Harlem, al inicio de la interestatal, está Rucker Park.

Sigue siendo un lugar mítico, de peregrinaje para los auténticos ‘enfermos’ del baloncesto. Una cancha que hay que visitar sí o sí.... aunque por poco tiempo y de día. Al menos eso es lo que todos aconsejan, hasta la policía. Y encontrar un taxi que suba hasta tan al norte es muy complicado. La zona no invita a ser visitada y rápidamente se evidencia que el baloncesto, además de ser un modo de vida, es una válvula de escape a una vida fácil y que llevó a la ruina, a la cárcel, a la miseria y a la muerte a grandes leyendas del ‘playground’ como Joe ‘Destroyer’ Hammond, Earl ‘The Goat’ Manigault, Richie ‘The Animal’ Adams, James ‘Fly’ Williams o ‘Pee Wee’ Kirkland.

Al igual que se respira historia cuando uno se aproxima y entra en el mítico Rucker Park, también se advierte que hay alguien que no cuadra. Uno se siente observado aunque según la policía el índice de seguridad durante las horas de sol es mayor que cuando cae la noche. “Si vas allí no se te ocurra ir por la tarde. Sólo es seguro durante el día”, comentan los policías a la entrada del metro.

Rucker Park es como un oasis de asfalto entre tanto asfalto, pobreza, marginalidad y miseria en la zona dura de Harlem. Siempre se escucha el bote de un balón. De fondo, la sirena de un coche patrulla y los murmullos de los corrillos que forman tipos duros, con caras de pocos amigos que según avanza la tarde se van adueñando del barrio.

La gran excepción es el viernes. Esa tarde el espectáculo y toda la atención está puesta en el cemento de Rucker. Es el momento de la Pro-Am Rucker League, la Liga de Rucker que combina talento amateur y profesional. El torneo que continúa con la tradición que empezó Holcombe Rucker: basket para sacar a la gente de la calle, las drogas y los problemas.

Aqui os dejo algunos videos del espectaculo: