Reclutado por la Benjamin Franklin High School y criado en pleno corazón del Bronx, pronto le apodarían 'The Animal' por su forma salvaje de entender el juego, sobrenombre que por aquel entonces, mediados los años ochenta, se proclamaría igualmente Ken Bannister en la NBA, famoso por ser capaz de tragarse 21 hamburguesas y 14 coca-colas de tacada. Pero los motivos del apelativo en Adams eran distintos: a Richie, de 2.06 de estatura y acostumbrado a jugar de pívot, le gustaba ante todo defender y pegarse por cualquier balón que no fuera suyo o de sus compañeros, y esto lo hacía a las mil maravillas. En los patios del Bronx se había hecho famoso por lo que mejor y más adoraba hacer: sacar el balón fuera de las vallas a base de tapones, ni de arrastre ni de presión: de auténtico manotazo y a ser posible con el puño cerrado. Fuerte y muy aguerrido, hacía habitualmente gala de un extra de motivación en su juego: una fuerte estimulación artificial, la cocaína.
Puede que Adams no fuera más que voluntad; sin una musculatura excesiva pero tremendamente fibrosa, era muy superior al resto por fuerza y estatura en el trabajo sucio realizado en plena calle: la defensa total en el pozo del aro, donde aguardaba a los rivales más altos, a los que gustaba taponar una y otra vez, y de no lograrlo, obligarles al fallo para capturar su rebote, donde igualmente sobresalía. Todos apuntaban a la feroz resolución de 'The Animal' como el motivo por el que era tan respetado en las calles. Nunca por los estudios, apartados de una vida prácticamente concentrada en el juego sobre el pavimento y más allá, en los oscuros rincones donde poder hacerse con una dosis cada vez mayor. Pero siempre en la calle, nunca más allá del sur del Bronx, donde aún hoy se le considera una auténtica leyenda. Es raro encontrar en la mitología urbana tipos que no despuntasen por la anotación o los mates salvajes pero, en Adams encontramos a una estrella del cemento armado, un Ben Wallace natural que exhibía una dureza fuera de lo común.
Casi nadie se explica cómo consiguió salir ileso de la escuela para terminar enrolándose en la UNLV, donde recibirá nada menos que dos galardones de Jugador del Año en 1984 y 1985. Esa última campaña es elegido con su compañero base Freddie Banks en el equipo ideal de la Big West. Allí añade a su juego un arma de la que valerse en ataque, un gancho de corto recorrido con la mano izquierda. Fibroso y Runnin' Rebel, una fiel réplica anterior de Keon Clark que permite entonces a su compañero Armon Gilliam destacar en ataque, lo que Richie siempre rehusó. Aquellos dos años los Rebels de Banks, Adams y Gilliam serán apartados sucesivamente de la Final Four por Georgetown y Kentucky pero, todo aquel excelente trabajo a las órdenes de Tarkanian, todo aquel esfuerzo por escapar incluso de sus hábitos (la Universidad redujo su instinto criminal), no se verá recompensando finalmente en una buena elección del draft. Y todo se vendría abajo.
A pesar de la trayectoria de Adams como universitario, aquella noche de 1985 sería condenado nada menos que a la undécima posición de la cuarta ronda por Washington Bullets. Jamás llegará a debutar porque no pasaron ni veinticuatro horas cuando fue detenido tratando de robar un coche aparcado en su misma barriada. Por desgracia esta será tan sólo la primera de una serie de detenciones por robo.
A partir de entonces desaparece. Liberado de cualquier disciplina se deja ver ocasionalmente por las calles del Bronx y sin haber perdido apenas la forma, juega de vez en cuando pero lo hace de forma mucho más violenta. La continua necesidad de droga le recluye en círculos cada vez más peligrosos y su personalidad se vuelve más y más esquiva. Los primeros golpes no tardarán en llegar y pasará hasta tres veces por prisión por atracos. Deja el baloncesto por el crimen y a partir de ese momento su vida, ligada ya a las rejas, se precipita a un abismo que culminará en 1996.
Septiembre de 1996. Transcurre una noche cualquiera en un complejo de viviendas situado al sur del Bronx, donde las torres colmena construidas antes de la gran crisis mantienen a la suburbia negra e hispana. Desde el descansillo de la planta número 15 de uno de los edificios llegan gritos que rebotan sordos en la escalera. El vecindario, habituado a cualquier discusión a cualquier hora, ni se inmuta y los gritos enseguida se mezclan con otros procedentes del interior de las viviendas, atestadas de bebés que rompen a llorar al ser despertados. Y al rato, como si nada, el silencio vuelve a reinar.
Pero en mitad de la noche alguien descubre un cadáver sobre aquel descansillo. Se trata de Norma Rodríguez, una joven de tan sólo quince años con aparentes signos de violencia en la cabeza y el cuello, que precisamente vivía en el 15. Cuando llega la policía encuentra una zapatilla deportiva del número 13 manchada de sangre en una de las aceras contiguas al edificio. De inmediato se abre una investigación que terminará casi antes de empezar.
A los pocos días aparece como principal sospechoso un vecino que vive en un pequeño apartamento situado precisamente en la planta de abajo, la número 14, y que responde al nombre de Richie Adams. La policía lleva a cabo un registro en su domicilio y unos minutos más tarde se ven sorprendidos por algo. Ante la inquieta mirada de su madre, con quien Richie malvive, un agente encuentra en un armario de la casa una zapatilla blanca del número 13, una sola. La primera prueba encaja y algunos la toman como definitiva. Este desdichado hallazgo marcará su vida desde entonces.
Richie venía acechando a la joven desde tiempo atrás, a lo que esta respondía una y otra vez con negativas. Hasta que aquel fatídico día, en la entreplanta de los pisos 14 y 15, se desató una fuerte discusión entre ambos que terminó con una paliza de Adams sobre Norma. El acusado, de raza negra, fue condenado por homicidio en segundo grado, homicidio involuntario al quedar probado que su intención no era matarla. Y la condena fue así rebajada de 35 a 25 años de prisión, que todavía cumple en la actualidad. Una verdadera pena, porque este chico, Richie Adams, en otra vida bien remota a la suya, lejos de las drogas y la delicuencia, iba para estrella del juego sucio.
Greg Marius, fundador del Entertainer's Basketball Classic, torneo de verano que reúne en el Rucker Park a celebridades de la calle, college y la propia NBA, dice de él: "Tenía talento de All-Star, de veras. Podía sobre todo taponar, coger rebotes e incluso driblar, algo así como el Kevin Garnett de hoy en día. Pero tenía un problema, el hábito a las drogas". Quienes le vieron jugar saben que de no haber sido por ellas, puede que todavía hoy estuviéramos disfrutando de su potencial, físicamente superdotado y a buen seguro apreciado en la NBA de nuestros días. "No podía creer que fuera adicto porque era muy difícil creer que alguien con ese nivel de juego pudiese estar enganchado a las drogas". Cuenta el periodista Ben Osborne que muchos de sus seguidores, chavales en su mayoría del mismo Bronx, no supieron nunca de su terrible adicción porque a Richie se le empezó a perder la pista en los tardíos ochenta, cuando acostumbraba a estar ya a la sombra. Y sus pocos amigos creían que marchaba al norte a seguir batiéndose con los más duros del hierro interior.
Cuentan que actualmente Richie 'The Animal' Adams nunca deja de rezar en una celda de pocos metros. Es probable que él la matara pero lo que sí es seguro es que aquel día también murió el 'animal' que llevaba dentro para este deporte. Hoy es un reo más entre rejas...